Uno de los más bellos relatos
cinematográficos sobre la inocencia infantil, la integridad moral y el racismo
de la sociedad es la película de 1962 : Matar a un ruiseñor, dirigida por
Robert Mulligan
Inolvidable el personaje de
Atticus Finch.
Atticus le dijo un día a Jem:
—Preferiría que disparases contra botes vacíos
en el patio trasero, pero sé que perseguirás a los pájaros. Mata todos los
arrendajos azules que quieras, si puedes darles, pero recuerda que matar un
ruiseñor es pecado. Aquella fue la única vez que
le oí decir que esta o aquella acción fuese pecado, y pregunté a la señorita
Maudie al respecto. —Tu padre tiene razón —me
respondió—. Los ruiseñores solo se dedican a cantar para alegrarnos. No
estropean los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no
hacen nada más que derramar su corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso
es pecado matar un ruiseñor”.
Hace 40 años , tras superar el
curso recibí como regalo una escopeta de balines.Tras agujerear varias latas pequeñas de atún y algunas dianas
decidí que ya estaba preparado para salir a cazar.
Con la inmadurez propia de los
14 años me sentí orgulloso de abatir varios gorriones hasta que sucedió algo que aún recuerdo. Era un día típico del seco verano extremeño ,soleado y cálido. Así que aquella mañana, temprano, me dispuse a poner a prueba mis dotes de
cazador.
Tras algunos acechos
infructuosos , a unos 25 metros vi algo revolotear en un bajo chaparro; arrastrándome
con sigilo conseguí avanzar unos metros sin alertar a la presa . Era una
preciosa pareja de jilgueros y tenia línea de tiro limpia. Estaban posados muy
juntos ,prácticamente uno al lado del otro. Levanté la escopeta , contuve la
respiración y, tras un segundo eterno disparé al más cercano.
A través de la mira telescópica
vi como había errado el disparo al primer jilguero pero el
segundo había caido.
Mientras me acercaba
corriendo disfrutaba de una dulce sensación ,parecida a la de un joven que ha
superado el rito iniciático y ya es digno de acompañar a los cazadores adultos de la
tribu. Pero lo que encontré fue algo mucho peor que un inocente pajarillo
muerto. El balín le había arrancado casi de cuajo el pico y agonizaba sangrando profusamente por lo que quedaba de él.
No puedo borrarme esa imagen de la cabeza , si pudiese retroceder en el tiempo reconocería ese chaparro y esa rama sin dudarlo.
No puedo borrarme esa imagen de la cabeza , si pudiese retroceder en el tiempo reconocería ese chaparro y esa rama sin dudarlo.
Tras un acto de piedad... enterré al pobre pajarillo y volví a casa
reflexionando sobre lo acontecido.
Ese día comprendí que
a veces perdonar una vida es más difícil que ejecutar una sentencia . Colgué la escopeta y nunca más
disparé a un ser vivo con ella.
Ese tiro errado me demostró
lo ilusoria que es la sensación de control sobre nuestras vidas ,que cuando
menos te lo esperas te llevas una hostia a mano abierta que te deja tirado en
el suelo sangrando por la boca y los mas paradójico es que a veces ni te la
mereces ni era para ti.
La casualidad, el azar, o como
lo queramos llamar vino en mi auxilio. Un disparo fallido contra la maleza, o plenamente
certero no hubiese tenido las mismas consecuencias . Me proporcionó un mártir
que salvó la vida de muchos otros y agitó mi conciencia.
Ojalá George Floyd sea ese
jilguero que muchos necesitamos en nuestras vidas.